¿Quién no se ha sentido alguna vez como un delincuente? Haciendo algo que sabía ilegal como puede ser colarse en el Metro; no adaptarse a las nuevas normas como seguir fumando en un lugar en el que ahora está prohibido; saltarse los protocolos establecidos por tener la certeza de que, a pesar de ir en contra de la ley, según el propio criterio se estaba haciendo lo correcto. Si se es celíaco, a estas situaciones habría que sumar otra:
Sentirse un 'delincuente' saltándose la norma establecida para poder tener algo más contundente que unos snaks para comer.
En otras palabras: intentar colar un bocadillo en un recinto que prohibe introducir bebidas o alimentos, en un supuesto pro de tu seguridad, pero que esconde el fin económico que supone comprar dentro una botella de agua por 3€, un mini de cerveza a 6€ o un bocadillo por 5€.
Contra la bebida poco se puede hacer, nos tocará aguantarnos como a todos. Pero en lo que a la comida respecta, no siempre es fácil seguir las normas.
El plan está claro: colar el bocadillo.
La razón se ruge desde el estómago: poder aguantar horas de actividad física en un concierto o tal vez en un parque de atracciones con algo más que una bolsa de patatas fritas o una chocolatina.
El modo: ocultar la forma de bocadillo.
Cómplice del delito |
El sistema de camuflaje tiene su procedimiento. Lo primero, sería hacer bocadillos pequeños (cosa que no es muy difícil, gracias a los tamaños minúsculos que ofrecen la mayoría de los fabricantes -una tostada de bimbo al lado de las nuestras, parecería más bien enorme-).
Después, tras envolverlo en plástico, papel aluminio o cualquier material que el celíaco desee -eso ya va en función de las costumbres del hogar- es conveniente meterlo dentro de una bolsa de plástico, pero nada de Mercadona o Carrefour, éso no hará sino levantar más sospechas. Para este caso, una bolsa de una librería, tienda de ropa o de discos podrá ser una buena opción de distracción.
Una vez preparado el paquete hay que esconderlo. Si se lleva abrigo con bolsillos grandes en los que el contenido pase desapercibido, ¡mejor que mejor! Eso sí, sólo si se lleva mochila o bolso acompañando. La atención se centrará más en el bolso, por razones evidentes de espacio. Pero también podemos usar ese bolso como escondite: una técnica fácil es guardar la bolsa dentro de una bufanda o jersey. Al palpar estará más o menos igual de blando, y las manos que andan buscando botellas u objetos contundentes lo ignorarán.
Así, con el bocadillo escondido de forma estudiada podremos dirigirnos hacia la cola de entrada. Mientras uno se acerca el pensamiento recurrente será el de:
¿Y qué hago si me lo pillan y me dicen que no lo puedo pasar?
Por supuesto que la primera opción sería comérselo allí mismo. ¡Está el precio del pan sin gluten como para tirarlo en el bidón junto a las botellas confiscadas! Otra opción es intentar explicar el problema esperando que el guarda jurado de turno tenga un caso de celiaquía entre sus amigos o familiares. Incluso para los más aventureros, si no se convenciera con el pretexto de que se es celíaco, entrar en cólera y exigir responsabilidades, lo cual no suele acabar bien.
Pero la mayoría de veces no hacen falta planes B, el escondite está tan elaborado que pasas sin problemas el control. Te sientes triunfante, hábil y brillante, con la adrenalina recorriendo tu cuerpo dispuesta a volver a repetir la operación cuantas veces sea necesario.
Así encumbrada, cuentas la hazaña a tus acompañantes, a los que has tenido en la ignorancia para evitar fallos en tu meditado plan. El ego se infla, el estómago se revoluciona a la espera de su merecido premio.
Pero todo se desmorona de un golpe cuando, al contar tu proeza, un amigo saca de su mochilla lo que se identifica perfectamente tras el papel de aluminio como un bocata hecho con una barra entera de pan y te dice:
-Si lo único que no dejan pasar son botellas.
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